Incertidumbre.

Al tumbarme en la cama y escuchar el turbador silencio, siento la presencia de algo que me asfixia, me trastoca, me atormenta y me envenena. Noto como la oscuridad me abraza y mis parpados se cierran fuertemente en un vano intento de callar mis pensamientos. Como un interruptor se encienden nuevamente mis lamentos. ¿Qué estoy realmente haciendo con mi vida? ¿Qué posición ocupo en ella? Me siento como una simple observadora que la ve pasar como quien desde un banco mira el río llevar agua. Nada. Ni rastro de un pez que irrumpa inesperadamente en la llana superficie. Fría. Como la inmaculada nieve que cumbre los campos en invierno. Tantas cosas por hacer, pero cuánto cuesta para las personas de a pie. Cuando te paras a pensar al final del día surgen ideas que al levantarte no llegas ni atisbar. Que claras se ven las cosas cuando has agotado el tiempo que tenías para hacerlas. Tenía que haber… y así día tras día. 21 años, una carrera universitaria finalizada y aún sigo cuestionándome esa traicionera pregunta que nos meten desde pequeños en la cabeza: ¿Qué quiero ser de mayor? Dañándonos la simple e inocente infancia y abochornándonos el resto de nuestra vida. No debería ser la endemoniada interrogación sustituida por un simple momento de reflexión que nos prepare como persona para lo que nos queda de existencia ¿Quién quiero ser hoy, ahora, en este mismo instante? Creo que la respuesta es fácil: simplemente feliz. Lo complejo es el cómo, y al igual que escribí en la entrada anterior, es nuestra ardua tarea descubrirlo, pero es lo que nos toca si verdaderamente ansiamos esa meta. Aún así, seguiré peleándome con mis deseos y deberes hasta que uno de los dos bandos gane.